Bernardo Díaz es cabeza de una de las 52 familias que viven y cultivan en Villa Poppy, para él sus fresas son algo más que un producto, son la siembra que le ayudará a avanzar y aportará al desarrollo de su comunidad.

Hablar con él es en sí toda una aventura, es un hombre enérgico, que contagia a todo aquel con quien interactúa, también es un hombre de fe y todo un visionario. Este agricultor, con una familia de tres hijas, es uno de los parceleros apoyados por la Dirección de Agricultura Familiar del programa Supérate.

“Somos de los desalojados de Valle Nuevo, nos depositaron aquí y las parcelitas que nos dieron, de a cuatro tareas por familia, nos la dieron a 24 familias y somos 52 parceleros”.  Bernardo frase

A pesar de que durante dos años pasó muchas vicisitudes, después de ser desalojados y reubicados en esta comunidad, confiesa que al final fue “una bendición de un 90 %”.

En su caso, tuvo que regresar al sur, de donde sus padres se lo habían llevado. “Allá perdí medio millón de pesos, tenía un vehículo y tuve que venderlo, hasta los sistemas de la tierra tuve que venderlos, desorientado, porque no sabía qué hacer. Hasta que gracias a Gloria Reyes y al equipo de Supérate hemos tenido un 100 % de aprendizaje y avance, porque de vender lechuga a peso, hoy la vendemos a 28 pesos”.

Con una sonrisa de orgullo habla de que su crecimiento lo ha llevado, no solo a sostener a su familia, sino que también otros se sostienen de él. “Antes yo trabajaba mi tierra solo, pero ahora ya tengo empleados y se sostienen de mí y también otros que tienen su invernaderito, logrado con el préstamo del Banco Agrícola, vía la cooperativa, también están haciendo lo mismo y eso es progreso, digo yo”.

Bernardo es un visionario que ve más allá de las sabrosas fresas que cosecha y de las que brinda con el más genuino desprendimiento. “Gracias a una alianza entre Supérate y Propagas logramos una nave para productos orgánicos. Creo que es un gran crecimiento para la comunidad y todos aquellos que vienen, para que vean que Villa Poppy está contribuyendo con la salud”.

En esta pequeña comunidad, en la que se respira un aire no solo puro sino también de hermandad y colaboración, en la que sin reparo algunos te ofrecen una taza de un delicioso café, Supérate logró encender la chispa del emprendedurismo, de la invención y del querer crecer. Porque no solo Bernardo coquetea con la producción orgánica, también conocimos el piloto que desarrolla Alexandra Custodio en su siembra de fresas.

Ella nos cuenta que cuando llegaron a Villa Poppy no tenían nada “solo la tierra y los hijos”. Ella es una de las tantas mujeres que son parceleras en la comunidad, que, aunque suene extraño, son más que los hombres.

“Antes, sembrábamos cositas y vendíamos a intermediarios, gracias a Supérate, a través de la cooperativa vendemos lechuga, repollo, papa y nos estamos superando porque ahora podemos ver un rendimiento de dinero, podemos comprarles los útiles a nuestros hijos, mandarlos al liceo, podemos comprarles algo que necesiten y cubrir algo médico, antes no podíamos hacer nada de eso. Porque gran parte del dinero que ganábamos como intermediario era para comprar los agroquímicos”, confiesa Alexandra.

“Aquí trabaja toda mi familia, los cinco, yo no pago empleados. El papá de mis hijos las fumiga, las niñas la empacan y el varón y yo la recogemos” Alexandra

Se ríe al decir que antes no sabía nada de fresas y ahora es casi una agrónoma. Su sonrisa es genuina, cálida y cargada de ilusiones, ahora que se siente especialista en el tema.

“Ahora estoy haciendo un experimento con tres muros orgánicos totalmente, a ver si funciona, para entonces sembrar todo orgánico, aunque la que tenemos es casi orgánica porque usamos muy pocos productos”, nos cuenta mientras nos muestra las fresas que custodia como su más preciado tesoro.

Lo maravilloso de este proyecto es la participación de todos los miembros de la familia en la siembra que les ofrece el sustento diario y que les ofrece la esperanza de un futuro mejor. Así como, a veces, Bernardo debe sacar a sus niñas de la parcela, también Alexandra admite contenta que “aquí trabaja toda mi familia, los cinco, yo no pago empleados. El papá de mis hijos las fumiga, las niñas la empacan y el varón y yo la recogemos”.

La ayuda les abrió un mundo a muchas otras oportunidades de siembra que sus tierras le permitían y ellos no conocían y que hoy día cultivan y cosechan para determinadas franquicias. “Nos dijeron que podíamos sembrar la lechuga romana, radicchio, repollo morado, nos enseñaron cuáles eran los cuidados y todo sobre ellas”.

El matrimonio de la lechuga

Miguel Ángel Rosario, a quien todos, incluso nosotros, llaman Chencho, es el presidente de la cooperativa de Villa Poppy y junto a su esposa, Riquelma Estévez, se dedican al cultivo de la lechuga.

“La cooperativa ha sido un logro 100 % para la comunidad, como han visto. La lechuga de Wendy’s es un negocio que tenemos estable, ahora tenemos un centro de acopio para empacar los productos”.

Se atreve a decir que “el 90 % de lo que ven lo ha hecho Supérate, porque nos han agarrado y no nos han soltado. La gran mayoría de las capacitaciones de Supérate han sido: manejo de agricultura, manejo de abono orgánico, convivencia de familia, todo”.

Habla sobre la importancia de dejarse guiar y estar abierto a las enseñanzas y los cambios a tradiciones ya viejas y empíricas, para dar paso a nuevas formas de hacer las cosas, más organizadas y rentables. “Hay personas que aún no se adaptan como mi esposa y yo, que sembramos por etapas, para no tener que buscar intermediarios, si la sembramos por semanas las llevamos donde hay que llevarlas y no hay sobrantes que vender a intermediarios a bajo precio”.

Admite que antes vivían de la lechuga, pero solo era de eso y tenían el problema de que vendían una mata de lechuga hasta por un solo peso, “pero ahora la vendemos entre 20 y 40 pesos, porque cuando la llevamos puede pesar dos libras. Esa romana se vende a 24 pesos, esa repollada se vende a 28 pesos, donde la llevamos, entonces es un cambio de un 100 %”.

De su lado, su esposa Riquelma, de ojos tan verdes como las lechuga que cultiva, nos comenta que para ella ha sido una buena enseñanza, ya que antes cultivaban y perdían parte de la cosecha “pero ahora sabemos cómo hacerlo de buena calidad y sin que se pierda y ahora podemos venderle a PriceSmart”

Le tranquiliza saber que todo este aprendizaje y crecimiento ha mejorado la calidad de vida de sus hijos. “Ahora yo tengo esta siembra y hago con ella 100 o hago 80 y puedo calcular qué cosas comprarles a mis hijos. Nos han enseñado muchas cosas que antes no sabíamos para mejorar nuestros productos y también la forma en que nos han apoyado de que, por ejemplo, ellos no quieren que nos caigamos, si nos caemos ellos nos levantan, nos ha gustado la forma de que nunca quieren que nos rindamos”, resalta de forma agradecida.

Bernardo nos cierra la fresca tarde en las hermosas lomas de Constanza reseñando que, no obstante todas las capacitaciones y la ayuda con la conformación de la cooperativa, lograron un préstamo del Banco Agrícola, a tasa cero, “a cinco años, es casi regalado, con él compramos el camión y eso es una ayuda, además, Supérate nos ha hecho los canales para que vendamos a cadenas de supermercados sin intermediarios, porque antes vendíamos a 5 pesos al intermediario y ahora vendemos directo a 28”.

Ayuda integral

Como sus habitantes lo expresan, las capacitaciones de Supérate van más allá del tema agricultura, también abordan temas de finanzas, estrategias de mercadeo, convivencia familiar y comunitaria, cuidado medioambiental, entre muchos otros.

De igual forma, mediante las alianzas con empresas e instituciones internacionales ha logrado la colaboración en temas como el centro de acopio, canales de riego, los macrotúneles y el invernadero orgánico. Así como también una pequeña estación meteorológica, que envía datos a la central de Supérate, quienes diariamente le informan sobre las condiciones del tiempo, cuándo está más caliente o cuándo más frío, el viento y otros puntos indispensables para obtener una cosecha óptima.

“Ahora yo tengo esta siembra y hago con ella 100 o hago 80 y puedo calcular qué cosas comprarles a mis hijos. Nos han enseñado muchas cosas que antes no sabíamos para mejorar nuestros productos y también la forma en que nos han apoyado”

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Sobre el autor

Abdia Acevedo

Me asfixié del lápiz y el papel a los 15 años. Me casé con el periodismo a los 24, como todos, para intentar salvar el mundo y la pasión desahució mi bolsillo. Amante de la poesía, de la carretera y el turismo de cercanía.

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