“Alguien nos tuvo pendientes”, nos cuenta Martina del Rosario mientras su preciosa sonrisa nos invita a descubrir belleza en la comunidad de Las Albahacas, en la provincia La Altagracia. Con esta expresión, que sale de lo más profundo de su agradecido corazón, se refiere a que, gracias a la alternativa de energía verde en comunidades remotas; ejecutada por la presente gestión, ella y todos sus vecinos pueden ver la luz cada noche.

“Yo tengo 51 años y nací aquí. Antes vivíamos una vida muy diferente, con muchas necesidades, porque andábamos con unas lamparitas que hacíamos y eso ahuma, que ustedes se van a reír, pero al otro día amanecíamos con la nariz llena de humo y eso afecta la salud y luego compramos lámpara de tubos y los tubos se rompían y nos quedamos a lo oscuro o no teníamos gas porque no hay colmado cerca”, nos refiere.

Para ella y su familia no hace falta tener muchas posesiones, dejar de usar lámparas y llenar su nariz de humo es como sacarse la lotería. Se ríe al decir que ahora son millonarios, porque antes nadie los visitaba y ahora ven personas diferentes, cuando lo único que cambiaba para ellos era el verde de las hojas de los árboles que le cobijan bajo el incandescente sol.

“Nos enteramos que el gobierno había anunciado que le iba a poner luz a todos los campos y yo dije en mi corazón: por fin alguien que se va a acordar de nosotros, primero le pusieron a una comunidad que se llama Jina Jaraguá y dijimos que teníamos la esperanza que aquí iba a llegar, porque estaba un poco cerca y yo nunca perdí mi fe, el Señor dijo que me iba a bendecir y yo lo vi con estos paneles”.

“La biblia dice que nosotros somos luz en medio de la tiniebla y yo predicaba eso el otro día. La luz significa que hay que ser diferente en medio de los demás, un cambio, que tiene que haber una transformación y aquí la tenemos” Martina

Ella es pastora, la iglesia que dirige también fue dotada de paneles, lo que hoy la convierte en un templo verde, en el que ahora puede predicar sin tener que forzar su garganta, porque pueden usar micrófono. Esto también permite que quienes no podían trasladarse a la iglesia puedan escuchar la palabra desde su casa.

“La biblia dice que nosotros somos luz en medio de la tiniebla y yo predicaba eso el otro día que la tiniebla es donde uno no ve nada, pero con la luz uno puede ver lo que se mueve, entonces es otra vida, porque puedes ver todo. La luz significa que hay que ser diferente en medio de los demás, un cambio, que tiene que haber una transformación y aquí la tenemos”, comenta.

Él nos ha mirado

“Que uno ve una araña usted prende el inversor y no hay que estar: búscame los fosforitos, ay, se acabó el gas. Mire no hay con qué pagarle a este gobierno que se ha acordado de nosotros” Martina

En otra comunidad cercana, Los Chácaros, nos encontramos con Altagracia Mejía, quien se considera una columna del sector. No para de moverse, está como un niño cuando enseña su nuevo juguete o el dibujo que ha hecho, sale vestida al unísono con los colores de la vivienda que exhibe el panel que le cambió la vida. 

“Cuando no teníamos energía nos aluzábamos con gas, gasoil y o con un palo que le llaman guaconejo, que arde mucho. Nosotros decíamos que éramos los indios en este lugar, porque no teníamos hermanos, siempre vivíamos diciendo que los niños se podían quemar y no hubo ningún gobierno que nos metiera la mano en nada, en nada”.

Nos dice que ella tenía una plantita, pero que a veces prefería no encenderla, ya que el ruido no la dejaba hacer nada, ni leer la biblia, además de que de repente se acababa el cuarto de galón de combustible, una opción que nada tiene que ver con la realidad verde que hoy vive.

“Ahora tenemos un televisor en el que podemos saber cómo está el mundo, pero mayormente lo importante es la luz, porque dice la biblia que la luz y la sal hace falta, no importa TV ni nada, solo la luz, que uno ve una araña usted prende el inversor y no hay que estar: búscame los fosforitos, ay se acabó el gas. Mire no hay con qué pagarle a este gobierno que se ha acordado de nosotros”.

Nos lleva hasta su autóctona cocina de campo, con el fogón encendido cociendo la leche fresca que le han llevado, en una madera descansa el radito de pilas que la acercaba al mundo exterior. Allí nos enciende el bombillo y nos dice “vea, yo soy cristiana y cuando vengo a las 11 o 10:30 del culto, uno prende su inversor y fríe sus platanitos y hierve 10 huevos, porque tengo el inversor, pero si tuviera que echar gas y gasoil para prender una candela, no, yo mejor me voy a acostar así, me bebo un vaso de agua y me acuesto”.

Expone, con mucha conciencia verde, que el Ministerio de Energía y Minas les ofreció un taller sobre el cuidado de los equipos y que ella lo cuida mucho, porque “es algo que le cuesta mucho al gobierno y a todos ustedes y no tenemos que explotarlo. Estoy muy agradecida con Dios y con el presidente Abinader, que se acordó que existíamos, él nos ha mirado”.

“Cuido mucho los equipos porque es algo que le cuesta mucho al gobierno y a todos y no tenemos que explotarlo” Martina

Veía esto lejos

No muy distante nos espera Andrea Guerrero, allí vive con su esposo, a quien todos conocen como Papolo. Tengo 48 años de estar aquí y nunca había visto nada de lo que estoy viendo ahora y doy gracias a Dios y al Presidente por esas luces, paneles, las lámparas y el respaldo por lo que han hecho en la comunidad. Me siento contenta y agradecida”.

El tiempo de olvido se fue llevando sus esperanzas y dice que “de verdad veía esto lejos, porque todo se ponía difícil”. No obstante todo lo que pasaron, los miedos y falta de atención, desaparecieron el día que, como ella misma cuenta, vieron “el patio y la casa alumbrada, eso fue una gran bendición, porque no teníamos televisión ni un radito y ahora tenemos, la prendemos de noche y nos acostamos tarde”, manifiesta mientras se ríe.

Nos ilustra sobre el sufrimiento que como madre experimentaba al saber que su hijo salía solo con una lamparita, que incluso ella misma se exponía saliendo oscuro y que muchas veces se cayeron caminando sin luz.

Emocionada comparte con nosotros que, la noche anterior a nuestra llegada, cuando llegaba de Higüey se quedó maravillada observando su patio, y aunque era tarde podía continuar viendo el verde de sus árboles, como si fuera de día.

“Eso es cambio, porque si uno vive en oscuridad y llega la luz eso es un cambio, antes estábamos oscuros y hoy estamos aluzados, tenemos planta solar” Andrea

Solidaridad verde

A las afueras de las remotas comunidades que se ocultan tras el verde de la caña, del otro lado de la autopista está la comunidad de Chinchín, allí está la casa de Claritza Ventura y su esposo. Su hermoso patio capta la atención de todos, por la variedad de plantas y lo bien cuidadas.

Claritza y su esposo son el claro ejemplo de que el cambio comienza con la pequeña semilla que cada ciudadano tiene para aportar. Ellos trasladaban agua desde Higüey, en donde tienen su carnicería, porque no tenían, por lo que decidieron hacer un pozo, con bomba sumergible, para obtener el preciado líquido.

No solo el verde de su jardín engalana la casa de Claritza, también lo hace el corazón de ella y su esposo, quienes no se beneficiaron a expensas de los que les rodeaban, sino que compartieron de lo poco que tenían, para que otros también se favorecieron.

“Yo veía gente que venían en caballo y en un motor, buscando peligro, atrás de agua y yo le dije al esposo mío: esto hay que resolverlo”. Claritza

En lugar de sentarse a esperar, ellos mismos suplían a los aledaños a sus inmediaciones, con la ayuda de una planta eléctrica que abastecían de combustible con sus propios recursos. Sin embargo, la capacidad no era suficiente para bombearla a todos y el consumo era mucho. “Nos pusimos en contacto con Energía y Minas y primero damos gracias a Dios y luego al presidente que nos aportó todos esos equipos y paneles para darle agua a los que lo necesitan”.

Hoy, en su terreno se instaló una estructura con ocho paneles solares, que harán la función de la planta eléctrica y cuya capacidad permitirá llegar a muchas más familias, que se beneficiarán de su pozo. Si hay algo verdaderamente sostenible y verde en esta hermosa historia es la solidaridad de esta pareja con todo el que está a su alrededor y todo aquel que llega hasta la sombra de su terraza a comer un sancocho o tomar un café, tenga o no tenga invitación.

“Nos pusimos en contacto con Energía y Minas y primero damos gracias a Dios y luego al presidente que nos aportó todos esos equipos y paneles para darle agua a los que lo necesitan” Claritza

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Sobre el autor

Abdia Acevedo

Me asfixié del lápiz y el papel a los 15 años. Me casé con el periodismo a los 24, como todos, para intentar salvar el mundo y la pasión desahució mi bolsillo. Amante de la poesía, de la carretera y el turismo de cercanía.

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